Biblioteca X – La hora de la rabia / Javier Payeras

La hora de la rabia

Javier Payeras

Editorial X

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Por Pablo Bromo

Sin lugar a dudas, La Hora de la Rabia de nuestro queridísimo relator amarillo: Capitán Payeras, es uno de los libros más emblemáticos publicados por la desaparecida Editorial X a finales del siglo pasado, cuando todo era esperanzador, delirante e ilusorio. Este libro, que es considerado desde hace algunos años, por muchos, una joyita de colección recibió el peso de la literatura de posguerra sobre los hombros –y eso, a pesar de ser uno de los poquísimos libros de poesía que publicara la editorial, ya que en su mayoría publicaba narrativa que era mucho mejor recibida por los lectores de la época–. Pero bueno, ese es otro tema.

La Hora de la Rabia es un libro lleno de lenguaje urbano y cotidiano, donde la poesía es un salvavidas indeleble llenado con aire musical desde Faith No More, La Tona, Nirvana y The Cure. Los poemas son “movimientos continuos” y “partituras de silencio” que viajan a lo largo de las 60 páginas bond, encuadernadas de manera casi artesanal y con ilustraciones de Ana Castillo en los interiores. Ese es uno de los síntomas creativos de finales del siglo pasado: unificar la poesía con el lenguaje gráfico de manera concisa, algo que Javier logró hacer en un libro colectivo titulado Terrorismo Moral y Ético el mismo año de la publicación de La Hora de la Rabia. Pero antes, habría que recordar que hay dos plaquetas de Javier que preceden a este libro de la generación x: uno es Artificial (poesía, 1999) y el otro, Ausencia es un ¼ Vacío (poesía, 1998); los cuales no le suman ni restan a la calidad literaria de Javier, sólo le agregan un misticismo noventero que amarra toda su obra poética en un solo libro clave para entender la literatura desencantada que influenció a más de una decena de poetas de toda Centroamérica y se volvió en una consigna regional: Soledadbrother (poesía, 2003).

Para esos años de las publicaciones de la X, a tres años de firmarse la Paz, todo era de una atmósfera insólita y de una ruptura irremediable. Aún recuerdo la primera vez que platiqué con Javier, fue sobre literatura latinoamericana en los restos del segundo nivel de la desaparecida Cafetería Palace sobre la 12 calle del Centro Histórico. Era el año 98 y la esperanza era un cuaderno de papel kraft con dibujitos existenciales y poemitas inspirados en César Vallejo, Jorge Teillier, Allen Ginsberg y Roberto Monzón. Hasta ese entonces, habían 3 libros que delineaban la literatura de finales de siglo y postulaban el nacimiento de una nueva generación de escritores guatemaltecos: Este Cuerpo Aquí de Maurice Echeverría, La Estética del Dolor de Estuardo Prado y Ahorcado de Simón Pedroza. De estos tres libros, el último, fue publicado por Mundo Bizarro –otro proyecto editorial, paralelo a Editorial X, que hicimos funcionar durante esos años en los que ir a los conciertos de Pie de Lana, pasar la tarde con un sólo café en el recién abierto Pasaje Aycinena o tomar litros en El Olvido, eran una obligación romántica y consecuente.

Por ahí deambulaban una serie de personajes incomprendidos como Pancho Toralla, Giovanni Pinzón, Alejandro Marré, Sergio Valdés Pedroni, José Osorio, Ishto Jueves, Alejandro Arriaza, Regina José Galindo o el mismo Simón Pedroza; quienes por la necesidad de hacer ruido (¿de fondo?) coincidieron en los primeros dos festivales del Centro “Histérico” y el evocado Octubre Azul, en el cual Javier –junto a Rosina Cazali– participaría dándole forma y fondo al concepto de tal milagrosa hazaña que marcó indudablemente el arte guatemalteco.

Para todo esto, aún recuerdo que organizábamos fiestas y lecturas en alguna casa de zona 2, siempre armados con un megáfono y un martillo; coleccionábamos borracheras endémicas en cualquier cantina del centro y compartíamos cigarros en la Casa Bizarra o en la Librería Luna y Sol, base de operaciones de ambas editoriales. Entre todas esas borracheras solemnes, hay muchas pláticas que se difuminaron a lo largo de los años, pero aún recuerdo algunas memorables que compartimos con Javito o Marrégoras enfrascados en litros o vinos de caja. Una vez, en la desaparecida Colloquia, recuerdo a Javier regalarme sus borradores de Soledadbrother y dedicármelos con marcador verde mientras desenfundábamos no sé cuantas botellas de tinto al compás de Manu Chao y Soda Stereo, siempre listos para “la hora de los vergazos”. Ese libro –del cual guardo los borradores con esmero–, puedo decir que fue su libro clave, que inevitablemente se transformaría en sus novelas posteriores: Ruido de Fondo (2003) y Días Amarillos (2009).

Y precisamente hablar, de su poesía, es como hacer un sugerente recorrido histórico a lo largo de la Guatemala de finales de los noventas y también, a lo largo de todos los sucesos que se evocan, de manera directa e indirecta en la Guatemala del arte de principios de la década pasada.

“Somos el cuchillo sangriento
bajo la pelota radiante.
Unos charlatanes condecorados
unos condones rotos
unos zapatos sucios
la eme amarilla
la danza del venado y el whiskey
menos que un morfema
fonema, punto,
una araña
un minuto
la España equivocada
el dolor en la cancha
el toillet del mundo
la uretra de América
somos los escombros
somos la herencia
somos la posguerra”.

(La Hora de la Rabia, página 12)

 

La Hora de la Rabia, es un libro escrito con furia y con machetes en los dedos. Es un libro tierno, un rompecabezas de los días con los días para decodificar burbujas que son poemas y que también son universos y que también son semáforos que cambian de colores en una ciudad que apesta a alcohol y a fracasos políticos. Todo el libro es una imaginería fantástica, porque Javier, sin lugar a dudas es un cineasta que dibuja y desdibuja escenas líquidas en la profundidad de la noche. Cada uno de sus poemas son pequeños manifiestos. Fugaces nomenclaturas que desembocarán en el Javier más complejo que todos conocimos posteriormente en su prosa. Es un libro que encierra muchas cosas: muchas conversaciones, muchos fracasos, muchos trabajos de sueldo mínimo, muchas interrogantes, muchos anhelos, muchas soledades, muchos abismos, muchas felicidades efímeras, muchos abandonos, muchas confesiones, muchas sorpresas.

 

“La tarde envejeció
dejando un vacío sobre la nada.
mañana despertaré
en el sueño de ayer
en el sitio del tiempo
donde mi sombra se dilata”.

(La Hora de la Rabia, página 28)

En La Hora de la Rabia, la poesía es una verdad absoluta que llueve amaneceres. El Capitán Payeras es aquí, en su pequeño libro manifiesto, un informante secreto que une símbolos y tristezas para formular ecuaciones felices que apaciguan los dolores de la nostalgia y la historia. Toda su obra poética es inevitable, imborrable, invaluable, imprescindible; tan sólo para entender las milésimas metáforas que encierran la existencia del Poema-Mundo. La Guatemala de finales del siglo pasado es aquí una hecatombe, un vergazo vergonzoso para entender que la poesía corre con sus patines de luz blanca, hacia nuevas constelaciones donde Payeras, con cautela y con un whiskey amarillo en la mano, nos observa de reojo siempre listo para los vergazos literarios.

Enlaces:

Visiten el blog de Javier Payeras: Chulo chucho colocho

Visiten el blog de Pablo Bromo: Bicicleta

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