Después del fin… – Monteforte: patriarca

El libro que no publicó Editorial X

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Por Alan Mills

Conocí a Estuardo Prado, Comandante General de la Editorial X, en la Casa Comal, una noche en que Maurice Echeverría presentaba su libro de poemas Encierro y divagación en tres espacios y un anexo. Me tocaba hacer el comentario, lo cual me tenía bastante nervioso.

Recuerdo que entré al salón y vi a un tipo barbado, con pinta de grueso, lleno de tatuajes, que le preguntó a Maurice: “¿y quién putas es ese tal Mills, vos?”

Aquél sólo se sonrió y Prado captó con rapidez que ese desconocido que le extendía la mano era el mismo por quien preguntaba.

A partir de entonces comencé a frecuentar los espacios donde se movían “los X”, y cuajé una buena relación con la mayoría, al punto que a la fecha muchos siguen pensando que yo también llegué a publicar en la legendaria colección Después del fin del mundo. En el imaginario urbano soy una especie de noveno beatle para el octaedro de la Editorial X.

Aunque para algunos terminé siendo, más bien, una especie de rolling stone.

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Peregrinaciones a la Hondonada

Más allá de la caricatura de un grupo de furibundos armados en contra de la tradición literaria guatemalteca, entre los escritores aglutinados en Editorial X prevaleció siempre un fuerte deseo por revisar y leer de manera distinta a nuestros clásicos. Un libro como Raktas, de Javier Payeras, no puede leerse sin la referencia cardociana. Un libro como El retorno del cangrejo parte 4, de Julio Calvo Drago, no puede leerse sin pensar en Augusto Monterroso. Es difícil de imaginar la obra de Francisco Méndez sin intuir su aprendizaje en las fuentes de la literatura de Marco Antonio Flores. El cuarto jinete, de Ronald Flores, tiene alguna resonancia asturiana y despertó el entusiasmo, sumado a la empatía, de Mario Monteforte Toledo.

Recuerdo que don Mario tenía un rincón especial en sus estantes para los libros de la Editorial X y de la Editorial Mundo Bizarro. Algunos de estos ejemplares estaban incluso subrayados por el maestro, a veces de forma admirativa.

Monteforte Toledo ejercía enorme atracción sobre la juventud literaria por la dimensión de su figura, pero también por su generosidad e interés por lo nuevo. Escritores y poetas de toda laya hacían peregrinaciones a su casa de La Hondonada, buscando acaso el elixir de un prólogo, una nota de presentación, la gestión de algún contacto, algo que los posicionara mejor en aquel momento de efervescencia cultural.

Todos eran recibidos con cordialidad y una taza de té.

No olvido cuando don Mario me contó que había sido homenajeado con una cena pantagruélica en un falansterio de la zona 2, que imagino sería la Casa Bizarra. Le había simpatizado dicho ambiente y hasta lo comparó con el escenario de los poetas beat. Me comentó que vio pinturas horribles colgadas por todas partes; que la comida había estado exquisita; que lo rodearon de dos o tres mujeres hermosas.

Pero Monteforte era un alma difícil de conquistar…

A don Mario siempre le pareció que la parte más floja del movimiento literario de posguerra era precisamente la poesía. Era el área en la que se manifestaba más crítico y exigente.

Se esforzaba en transmitirnos su lectura de Pound; su aprendizaje de la crítica norteamericana; su pasión por la poesía de César Vallejo y la tradición hispanoamericana; su profundo respeto por la vanguardia nicaragüense, como lo más perlado de la región; su estudio de la obra de Fernando Pessoa y su repaso del concretismo brasileño; su admiración por los poetas orientales e indígenas; su visión crítica de las vanguardias históricas; su amplio conocimiento de la tradición francesa; su particular apreciación de la poesía guatemalteca; y su interés por traducir a grandes poetas.

En este cúmulo de obsesiones estaba su guía: una cartografía de formación que quizás muy pocos siguieron con la disciplina necesaria. A Monteforte le escuché decir varias veces que lo más difícil iba a ser que nuestra generación produjera una poesía de verdadera calidad.

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La ficción X

El Manifiesto de la Editorial X (1998) declaraba que “lo enfermizo en la literatura es nuestro deleite”, demarcando así los límites simbólicos de las obras que editaría e impulsaría. El contexto preparado por la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla (1996) permitía que nuevos discursos tuvieran cabida en el imaginario colectivo del país.

El anquilosado establishment literario de la época reaccionó con virulencia, cayendo en el juego de la guerrilla literaria X. Del lado conservador, cachureco y derechista, se les acusó de inmorales, drogadictos y lacra social. Del lado izquierdoso y progre, se les tildó de inmorales, posmodernos, desencantados, drogadictos, lumpen. Incluso personajes icónicos e iconoclastas, como Marco Antonio Flores, vieron en este proyecto a la personificación del mismísimo Moloch.

Recuerdo que en una revista literaria apareció un poema apócrifo, el cual se me atribuía a mí, donde se atacaba a las sotanas posmodernas: una suerte de provocación a los alineados con la X y a los promotores del festival Octubre Azul.

Mario Monteforte, por su lado, lo entendía todo con mayor claridad, comparando al espíritu de época de la posguerra guatemalteca con los fueros del romanticismo alemán. Fue él quien me ayudó (siendo yo más bien un huraño, un escéptico) a comprender el fenómeno que azuzaba a los espíritus más brillantes de mi generación.

Monteforte me conminó a que contactara a Javier Payeras, quien a su juicio era con el que mejor me entendería. Y debo decir que dio en el clavo, regalándome así una amistad entrañable y una de mis principales comunicaciones creativas en Guatemala.

El Capitán Payeras y Ronald Flores eran la apuesta montefortiana de perdurabilidad literaria para la camada X. Monteforte era capaz de pelearse de frente con cualquiera por defender sus pronósticos, inclusive con la casta de retornados del exilio, que manifestaba predilección por los Delfines de Otro Acuario. Mario Monteforte también le tenía el ojo puesto a Julio Calvo Drago y manifestó siempre un gran respeto por E. Prado, el gurú principal de Todo Aquello.

En mi opinión, Editorial X publicó los libros de ficción que revolucionarían el panorama literario guatemalteco y que transformarían el campo cognitivo asociado a las artes contemporáneas en Guate (ahí apareció el primer libro del cineasta Julio Hernández Cordón, por ejemplo). Un libro como Los amos de la noche, de Estuardo Prado, podía leerse como una tentativa de terrorismo moral, un verdadero atentado léxico, el cual incluso buscaba situarse por afuera del mero hecho literario. Pero al mismo tiempo, ese libro nos recordaría que en este país la contracultura era algo mucho más antiguo, algo mucho más natural de lo que muchos estaban dispuestos aceptar, pues por las páginas de Los amos de la noche podían rastrearse ecos del No nos tientes sancarlista, o inclusive rastros del humor negro al estilo Velorio.

En Guatemala la contracultura es folclore.

El libro que no publiqué

Se publicaron pocos títulos de poesía por la Editorial X. Y los libros más influyentes del escenario poético emergente no fueron lanzados por aquella editorial que presagiaba el fin del mundo.

A lo mejor esta debilidad habría sido subsanada si el gurú de los X no se hubiera esfumado del mapa tan pronto (circa 2003), llevándose consigo el proyecto editorial que animó nuestros mejores años.

Siempre que me encontraba a Estuardo Prado en alguna lectura, antes de su retiro a la invisibilidad, me recordaba que debía mandarle un libro de poesía para publicar. Por alguna razón metafísica, misteriosa, el autor de Vicio-nes del exceso simpatizaba conmigo, o sentía curiosidad por mi trabajo. Yo siempre le respondía que le haría llegar un libro lo más pronto posible… Pero por desgracia no era aquella una época demasiado fértil para mi pluma…

Cuando por fin tuve algo que me satisfacía y que además iba a encajar a la perfección en el catálogo de la Editorial X, comencé a buscar a E. Prado por todas partes, pero sólo me encontraba a Sergio Valdés Pedroni y a Javier Payeras filmando un documental llamado DEEP (¿Dónde Está Estuardo Prado?).

Los participantes en dicha filmación elaboraban delirantes hipótesis sobre el paradero del líder de la posguerra. Algunos afirmaban que se había vuelto neopentecostal y que había fundado una iglesia. Otros aseguraban que vivía en Honduras con un harem. Recuerdo que a mí me tocó hacer un cameo donde dije alguna tontería para el olvido.

Ahora me pregunto, como en una especie de documental imaginario, donde me entrevisto a mí mismo ¿qué habría significado para mi vida literaria el que la Editorial X hubiese publicado mi libro Las putas cósmicas?

¿Qué otros libros de poesía, de autores desconocidos y radicales, habrían sido editados por la X?

Resulta significativo visualizar el panorama actual, sin la Editorial X en escena, y registrar la evidencia de los proyectos editoriales emergentes guatemaltecos (Libros Mínimos, Catafixia, Vueltegato) privilegiando a la poesía en sus catálogos. Podría decirse que se vive una puesta al día para este género en Guatemala.

Incluso me atrevo a decir que la poesía se puso de moda y que se ha gestado un cambio de énfasis en el universo underground chapín.

Todavía es temprano para hacer un balance de lo logrado por estos jóvenes emprendimientos, pero es evidente la configuración de un nuevo escenario.

Las editoriales emergentes (Libros Mínimos, Catafixia, Vueltegato, Mata-mata) se nutren del espíritu de lo que llegó a ser la Editorial X, ahora ampliándose y conectándose a toda América Latina, haciendo uso de las redes sociales y otros mecanismos virtuales de difusión. Es como si la Editorial X hubiese hecho una implosión luminosa, regenerándose a sí misma desde su región más desértica.

De cualquier forma, debo confesar que todavía tengo sueños húmedos donde me veo publicando aquel libro en la X, abandonando así mi identidad de satánico rolling stone.

En ocasiones desearía que suba Estuardo Prado de las profundidades y ejecute el milagrito. Claro que tendría que ser muy pronto: en marzo del 2011 tendré 32 años y se cumplirá el plazo, ya no podré ser parte del catálogo de la Editorial X…

No se olviden que en el Manifiesto X quedaba clarísimo que sólo se publicaría a jóvenes y que “por jóvenes se entiende a la edad comprendida entre los 13 y los 31 años”.

Visite el blog de Alan Mills: Revólver

Portada de suplemento: Luis Villacinda

Foto de Mario Monteforte Toledo: Página de Literatura guatemalteca

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